Una chica de 19 años, camarera en una pizzería y estudiante de un ciclo formativo, interrumpe mi lectura de La cara oscura del capital erótico para pedirme que le avise cuando sean las 14h. Es su “hora punta” en Instagram, y quiere subir entonces las fotos que se hizo el sábado con su nuevo vestido. Mentalmente, paladeo un juicio y un veredicto: qué superficial es esta juventud. Sin embargo, mi crítica ético-estética tiene un papel en la circulación del capital, tanto como su exposición 2.0. Ahora puedo verlo.
¿Qué podemos esperar de un libro de sociología? ¿Conocimiento? Eso buscaba, desenmarañar fenómenos. Pero la cuestión se me ha ido de las manos. Tras un viaje que empieza en la Grecia Clásica, pasa por el mostrador de una tienda de ropa, la barra de un bar, el anteproyecto de ley de Bibiana Aído, o la orla del despacho de Pierre Dukan, ya no puedo mirar a las mujeres de la misma manera. No puedo mirar igual a una presentadora o una joven que se me cruza por la calle, ni a mi compañera, ni a mi madre.
Nunca fui insensible a la crítica que el feminismo realiza al heteropatriarcado y a los cánones estéticos que resuelve, pero siempre lo he hecho incorporando esta crítica a un cierto principio ético, desligado de su funcionamiento concreto y de los mecanismos de exclusión que conlleva. Es decir, nunca consideré seriamente el precio a pagar por no disciplinar el cuerpo según un determinado canon, no haberlo aprendido en la infancia, o presentar demasiada correspondencia corporal allí donde el capital que se valora ha de ser otro. Nunca pensé los patrones estéticos como disciplinas que una determinada forma de capital exige. Mi ética-estética me llevaba a juzgar una libertad en las personas, especialmente en las mujeres, que no existe. Si el cuerpo es capital es porque exige que inviertas en ti para seguir viviendo, para ganarte la vida. Que en las tallas de Zara o el último anuncio de Mango nos va, literalmente, la vida.
La cara oscura del capital erótico nos reserva un buen puñado de sorpresas, no sólo intelectuales. No sólo preguntas y respuestas, también un espejo, cómo no, sobre nuestra propia mirada. La mirada de la sociología, claro, pero también la de la izquierda y la del feminismo. ¿Podemos seguir increpando determinadas pautas o comportamientos sin atender a las formas de supervivencia que conllevan? ¿No somos parte de ese mismo mecanismo disciplinador incrementando la presión sobre el cuerpo? Estamos no sólo ante un libro de sociología, sino ante un diagnóstico tan radical de las formas de poder contemporáneas que nos someten, que da pie a formas de actuar y posibilidades de emancipación, sin enunciarlas o desarrollarlas directamente.
Muchas veces se dice que un libro es necesario. En este caso, dicha necesidad viene no sólo de una subjetividad individual, sino de un sufrimiento tenazmente actual.
Reseña: Alejandro Ruiz Morillas, poeta y activista político. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=220248