Hablar de la nostalgia inevitabilmente conduce a hablar de la memoria, del recuerdo y también del olvido. Asociamos todos estos conceptos a actividades intelectuales; pero desde FEB nos preguntamos: ¿y el cuerpo?, ¿añora también?, ¿tiene su propia memoria?
Así como los violinistas retienen en sus dedos el sonido de las notas, las vivencias con las que nos hemos ido formando también dejan su trazo en la piel. En nuestras arrugas han quedado atrapadas cientos de carcajadas, de enfados y preocupaciones. También la lactancia inclinó la altivez de nuestros pechos y los trabajos realizados fueron marcando su huella en huesos y músculos, dibujando una geografía de dolores y fuerzas.
Sin embargo, también las carencias dejan su huella en la piel. El cuerpo a veces añora la flexibilidad que amasa el tacto o la hidratación que imprimen los labios húmedos, sin los cuales se entumece y reseca.
Somos el pasado que vivimos y el que no nos sucedió, aquello que conocemos y ese deseo de un algo impreciso que no sabemos nombrar. Nostalgia de lo infinito, dijo Rosalía de Castro.
Pero vivir es estar en un presente, un ahora y un lugar, ocuparse de personas concretas, de preocupaciones determinadas. Y así, haciendo apaños entre lo particular y lo absoluto, entre lo concreto y lo universal, negociamos con la vida.
Pues, eso, vamos a lo concreto.